jueves, 22 de diciembre de 2011

Tiempo de silencio

Me estoy dando un tiempo estas navidades para reflexionar sobre lo que me propongo hacer, para tomar fuerzas y ganar en motivación... todo esto mientras navego por las webs de gastronomía y recetas (mis favoritas, para qué negarlo), recopilo información sobre precios de productos de temporada y pateo tiendas y mercados para conseguir un pavo, un buen pescado y un sinfín de exquisiteces con las que agasajarnos por el nacimiento de un niño pobre en un perdido pueblo una noche oscura (que es lo que hacía falta para que se viera al cometa Haley, que si llega a haber luna llena, va a ser que no hay Reyes Magos, ni Olentzero, ni similares localistas, sólo nos quedaría el bueno de San Nicolás, que era obispo y ni siquiera era coetáneo del prota de la película).

Para los de la Logse, San Nicolás es Papá Noel o Santa Claus (y para mi chico, quien todavía cree en un señor gordo de rojo y con barba blanca que va a bajar por la chimenea, -será la de ventilación del cuarto de baño-, para traerle el tablet cuya publicidad encuentro estratégicamente distribuida por toda la casa...)

 Siguiendo la tradición, yo tendría que estar súper estresada con las compras, la cocina y la organización. Nuestro clan, como muchos otros, reparte la celebración de comidas y cenas entre las miembras de la familia, y Juan, como es un cero a la izquierda matriarcal, se libra de todo el marrón, acude a todos los saraos con un gran surtidos de golosinas y unas cajas de botellas de las buenas, pone su carita angelical y esquiva con flexibilidad felina todo tipo de controversias -típico postre navideño español- retirándose a sus aposentos tras la primera copa.

Sin embargo, lo que más me está agobiando actualmente tiene su horizonte en enero de 2012, y no hablo de la crisis ni de la consabida cuesta de enero, que con el gasto extra de la dieta se notará aún más.

También está la amenazadora sombra de Jim, que me ha emplazado para el gimnasio desde mañana mismo. Me he visto en mallas y deportivas, y he sufrido un colapso (más). ¡Las risas que va a hacer el personal cuando me vea van a ser lo mejor del día de los Santos Inocentes, y eso que no va a ser en el pueblo, sino que hemos buscado un polideportivo lo más masificado posible en la city para que no me suban las pulsaciones ¡por pura vergüenza! Y para más coña, se empeña en que lleve una camiseta que me ha encargado con el lema "Fatty Power".

Empiezo a valorar seriamente la posibilidad de irme a las Misiones o de monja budista al Tíbet o algo así... donde pueda reflexionar de verdad!!!!!!

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Feliz Nocumpleaños!

Jim ha venido para pasar con nosotros las Navidades. Una de las escasas ventajas de que tu pareja viva fuera es que cuando hay vacaciones suele poderse quedar unos cuantos días, con lo que parece más fiesta, disfrutas más de la compañía, y tienes, de paso, más ayuda en casa.

Como contrapartida, mi santo, que es muy caprichosillo con lo de comer, nos tienta con todo tipo de manjares navideños y no tanto, para celebrar la reunificación familiar. Y yo estoy como Alejandro Sanz, con el Corasón Partío, entre el perder peso y prepararme psicológicamente para la dieta, y el querer desquitarme por adelantado de lo que se me viene encima. Mal empezamos.

El sábado, mientras preparo el té del desayuno, que se ha empeñado que hagamos con huevos, salchichas traídas especialmente de su tierra, y una mermelada de naranja que hace que se me caiga la baba de lo rica que está, anuncio como quien no quiere la cosa que éste va a ser uno de los últimos English Breakfast que voy a hacerles durante unos meses. Y me mira con esos ojazos azules retroiluminados y me dice que no pasa nada, que ya lo preparará él cuando venga a casa.

Me hierve la sangre. ¿Después de todas las conversaciones que hemos tenido en este último mes sobre mis problemas de salud, de peso, las dietas, -rujo, más que digo-, cómo me puede decir que me van a someter al suplicio de verlos comer como Heliogábalo mientras yo me privo de todo?

Pero este hombre no se arredra ante nada. Haberse casado conmigo ya es una demostración de su valor, me lo han dicho muchas veces. Soy una arpía, -pienso-, quiero tener a todo el mundo a dieta para no sufrir tentaciones. Ahora sí que estoy hecha polvo. Jim me consuela. No me tengo que preocupar, comerán muy sanamente para no darme envidia, y a cambio yo he de hacerle una promesa...

¡... Debo empezar a hacer deporte!

Lo siento, me he desmayado.

Cuando me hube recuperado del susto me entró la risa floja. ¿Deporte? -Sí, hiha -(es que no le sale bien la jota)-, deporte, lo podemos hacer para que después de Navidades empieces la dieta más en forma y sin engordar más hasta entonces-.

Lo dice el que va al gimnasio todos los días de la semana. Creo que quiere ser mi Personal Trainer, o séase, mi entrenador personal. Miedito me da. Además, no va a estar aquí con nosotros todos los días. Una vez se acaben las vacaciones navideñas, me encontraré sola ante el peligro, a dieta y metiendo horas en el gimnasio.

¿Cuándo voy a hacer todas las cosas del día a día? ¡Ah! No me daba cuenta de que como no voy a comer más que batidos y pastillas, me va a sobrar el tiempo.

Alicia, ¡cuántas dudas! Tienes más miedo que vergüenza. ¡Y eso que todavía no se lo has dicho al resto de la familia! ¡Pánico vas a tener, pánico!

domingo, 18 de diciembre de 2011

Alea iacta est!

Suena el teléfono móvil en medio de un día de trabajo interminable: es Marc. No puedo contestar porque tengo a Satanín apalancado en mi mesa para dictarme un informe, por lo que no hay escaqueo posible. Cometo más faltas de las habituales. Mi concentración a la porra.

Cuando me libero de las garras del Maligno me voy Lourdes, que es como en la oficina llaman al cuarto de baño de las chicas y consigo línea con el Paraíso. Marc explica en un tono ultra-profesional que lo mío es una dieta proteinada con buenas referencias, prescrita por médicos generales y hasta por endocrinos de prestigio nacional, que, según él, "no se casan fácilmente con nadie". Dejando aparte el tema de la soltería endocrinológica, la cosa parece recibir su visto bueno. Me lío la manta y pido cita  a la Clínica para empezar cuanto antes.

De nuevo en la sala de espera, me piden que lea un consentimiento informado espeluznante. Me dice que puedo sufrir todo tipo de penurias para perder estos kilos, y aún así, firmo. Me estoy metiendo en la madriguera del conejo, y ¿quién sabe qué habrá al otro lado? Con mi natural optimismo, me niego a verme vomitando y sin un pelo en la cabeza . Prefiero imaginarme en plan Charlize Theron mientras avanzo hacia la mesa del despacho de Satanín y le pido un aumento absolutamente indecente, que por supuesto me concede babeando, incapaz de reaccionar ante mis piernas extraordinariamente largas y torneadas...

Pasar por la báscula y dejarme fotografiar en ropa interior ha sido como golpearme en el suelo tras caer sin paracaídas de un vuelo transoceánico. Humillación sin anestesia, y voluntaria... Gordita, y además masoquista ¡sorpresa!

La doctora me recibe en su consulta. No me reprimo de felicitarle por la decoración, presidida por un retrato de una Marilyn muy sexy. No todo van a ser modelos adolescentes en ropa interior, también hay mujeres de carne y hueso.¡Diez puntos!

Calcula mi peso ideal, según los médicos, claro. Para la pasarela habría que restar unos 5 kg. El resultado es que tengo que perder varias decenas de kilos. (La edad se la digo a cualquiera, el peso, ni a mi padre). El plan consiste en tomar durante varias semanas solamente proteínas y verduras, y luego, poco a poco iré tomando otros alimentos, hasta llegar a mi peso. Para evitar que me falte de nada, me tengo que tomar una cantidad ingente de pastillas con minerales y vitaminas. Se supone que si lo hago todo al pie de la letra no se me va a caer el pelo, ni me marearé, ni nada de lo que he leído en el terrorífico consentimiento que acabo de otorgar con tanta alegría.

Al final, tengo en una mano la hoja en la que me explica al detalle que debo comer nada menos que cinco veces al día, -guay-, pero con una limitada cantidad de verduras en la comida y en la cena. En la otra sostengo la receta para los preparados de proteínas y las pastillas, mi menú completo para las próximas semanas. Dentro de un par de días recibiré en casa todos los elementos para empezar mi dieta.

De momento me voy a cenar a casa. ¡Tanto pensar en no comer me ha abierto el apetito!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Orgullo y prejuicio

Me enfrasco en un interesante artículo cuorero sobre la flacidez glútea de las celebs solo para dejar de escanear al personal. !No quisiera yo salir de esa sala de espera con cinco dedos marcados en esta carita!

La señorita vestida de blanco que me llama sonríe condescendiente. Está acostumbrada a que nos cueste levantarnos del asiento. Me recibe otra señorita de blanco. Compruebo rencorosa que también esta está delgadita, a pesar de ser algo mayor. ¡Y encima me pregunta qué es los que me trae a su clínica! ¿Estará ciega esta chica? Tengo que dejar de odiarla o no me voy a poder concentrar. Me pregunta por mi salud, mi medicación, operaciones... no, no, estoy muy sana (de momento) pero sí que tengo un desmadre de análisis de sangre. Sonríe, la muy ladina. Después de haberme confesado con ella, estoy más relajada. Me explica que necesita saber si estoy en condiciones de hacer una dieta en particular, que me ayudará más rápido y con mejor calidad de vida que las otras... Algo brillante se balancea apetitoso ante mis ojos...

¿Dieta con calidad de vida? para una tripera profesional es un contrasentido. Utopía incluso. Y entonces me lo explica todo. Las cinco comidas, la proteína, los sobres (todo natural), las pastillas (¡todo natural!), las fases... ¡socorro! Creo que lo entiendo todo, pero suena algo técnico y no sé si sabría repetirlo.

El caso es que voy a adelgazar porque no le voy a dar a mi cuerpo más que 600 kcal. diarias al principio, y que por eso, mi propio organismo se va a "comer" los tocinillos de cielo que he ido acumulando por si había una guerra. ¡¡Y lo mejor de todo, -me dice, pero no me lo creo ni jarta de grifa-, es que no voy a sentir hambre!! Igualito que las anoréxicas, pero sin el transtorno mental. Pura bioquímica de 3er. curso.

Y al final, comer de todo, DE TODO, OIGA. Mantenimiento, bla bla bla. Ya me lo sé, todo el mundo habla del mantenimiento (a mí eso me suena a vivir eternamente a dieta, qué le vamos a hacer).

Me debato entre el escepticismo más absoluto y la ilusión de verme despojada de mis kilos (y mis colesteroles, etc.) en unos pocos meses. Noto como el anzuelo va atravesando mi garganta y se clava irremisiblemente en ella. Ya no hay vuelta atrás.

La parte mala es la pasta que me va a costar. Hay que acudir a consultas de control, comprar los productos, hacer ejercicio (eso de gratis, mira tú) y si quieres, hacerte unos tratamientos que a mí me recuerdan a los rodillos de amasar, todo para que cuando me mire al espejo dentro de unos meses no me arrepienta de haber adelgazado.

Eso de los meses lo tengo escrito a fuego en la memoria... yo me veía AÑOS metida en esto del no comer.

Hago un esfuerzo por no pedir inmediatamente una cita para iniciar el tratamiento ya mismo. Tengo que reposar la información, ponerla en perspectiva, hacer cálculos, contrastar opiniones...

Me falta tiempo para llamar a Jim y contárselo. Luego quedo con mi súper-cuñado para tomar un café, y mientras llega mi hermano  le hago un informe detallado de la reunión. Estoy tan ilusionada que me duele un poco que no estén dando volatines. Pero ellos me dicen que me lo tome con calma. No comprenden el extraño cóctel de esperanza y escepticismo que acabo de tomarme.

Pensaba que esta cita iba a ser una de tantas, que ya me sabía lo que me iban a decir, y me sorprendo pensando ¿y si todo esto funciona? ¿y si me puedo recuperar para siempre?

Ahora, de vuelta a la rutina de casa y trabajo, estoy ansiosa por recibir una llamada de Marc, que me ha prometido hacer unas averiguaciones sobre este sistema y me ha pedido que no me decida hasta que hable con quienes lo conocen.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La Clínica

Ya había visitado más centros de adelgazamiento de los que quería recordar. Con la sensación de que lo que me ofrecían era más o menos lo mismo, envuelto en diferente papel de regalo veía que era cada vez más difícil conectar con los que me trataban de ofrecer sus servicios, incluso cuando la recomendación de amigos o compañeros de trabajo generaba algo de interés. ¡Nunca unas lorzas fueron tan esquivas!

Una noche, contándole a Jim mis incursiones por esos mundos de la dietética, se me ocurrió, -incauta-, hablarle de que solo me quedaba entrar en la clínica ante la que paso mañana y tarde de camino al parking. ¿Otra franquicia? Y él, con su pragmatismo habitual, me convenció de que no tenía nada que perder por entrar, solamente algo de mi (ya de por sí escaso) tiempo.

Y yo, a mi chico, le hago caso, procuro que no se de cuenta, pero se lo hago.

De forma que al día siguiente me decido y entro. En mi ingenuidad, pensaba que me recibirían al momento, pero no, una morena despampanante me informa de que es necesario tener cita previa, mientras sonríe flemática ante mi apremio.

Afortunadamente, un vistazo en el ordenador le permite buscarme "un huequito" para esa misma tarde. Se me ocurre que el hecho de que los supermercados lleven meses vendiendo turrón también me ha facilitado ese hueco en la agenda.

De cualquier modo, salgo de la oficina y acudo obediente a mi cita. Mi sonriente y morenaza amiga de recepción me indica una sala de espera que ya me gustaría a mí para el salón de mi casa. No falta de nada, tele de plasma, gramófono de anticuario, mobiliario fashion y una parroquia variopinta.

Están un par de gorditas como yo, repantingadas en sendos sofás de cuero, que comentan entre ellas cómo les va, intercambian recetas y que, al parecer, no se conocían de antes. Las amistades peligrosas.

Hay un señor muy serio que mira fijamente la misma página del periódico desde hace más de diez minutos, por lo que deduzco que se ha quedado catatónico o es muy vergonzoso. Efectivamente cuando otra sonriente señorita de blanco le llama por su nombre, se levanta como un resorte y sale dando zancadas hacia el pasillo.

Todo el rato suena una música suave, moderna, melosa, que invita a dejarse envolver en el sofisticado ambiente. Al levantarme del sofá para coger una Cuore con que saborear un poco de vitriolo anticlimax, detecto a una delgadísima esfinge perfectamente acomodada en un orejero gris plata. Luce modelito y bolso muy imitado de reconocible logotipo. Toda ella es glamour.

¿Toda? ¡No! Unas casi imperceptibles arruguillas atraviesan su frente marmórea, y otras desdibujan el perfil de unos labios algo más carnosos de lo adecuado para su fisonomía y edad. La he mirado con algo de descaro, y ella, altiva, me sostiene la mirada mientras tuerce un poco la sonrisa.

Como no nos conocemos, ambas estamos tranquilas. No hay daños colaterales.

Y poco a poco los asientos de cuero y las butacas de mullidos cojines se van ocupando y desocupando hasta   que llega por fin mi turno... La suerte está echada

martes, 29 de noviembre de 2011

¡Que empiece el juego!

He pasado días visitando consultas de todo tipo, e incluso me he atrevido con esas franquicias tan verdes, tan céntricas y tan conocidas que pueden prometer y prometen y me pueden escamar y me escaman.

He ido apuntando mis impresiones mentalmente: 

El Dr. David tiene una consultita pequeña, oscura, con olor a madera y tapicería anticuada. Me habla de dieta y ejercicio físico mientras me leo los innumerables diplomas que penden del tabique tras su brillante cabeza. Este hombre encorvado es un flaco natural. No tengo nada contra los judíos, pero me recuerda vagamente a un Shylock con bata blanca y pajarita, en especial cuando pienso en los cien euros que he tenido que pagar sólo por una orientación previa al tratamiento. No en vano se llama consulta: yo pregunto y él contesta igual a saldo negativo para mi vapuleada economía.

La nutricionista Lorea, en cambio, recibe a sus pacientes/clientes en una habitación amplia, decorada en tonos pastel, bien aireada y luminosa. En su diminuta antesala (apenas cuatro butaquitas color malva) hay varias fotografías de frutas y verduras jugosas y brillantes, demasiado grandes para las paredes que las soportan. Parece que esa berenjena y esos trigueros cubiertos de rocío matutino fuesen a atacar a los pobres adictos al cocido que se sientan debajo. 

En algún lugar entre los bodegones hay un pequeño diploma y varios marcos con los certificados de asistencia a cursos de nutrición y dietética. 

La muchacha es joven, muy, muy, pero que muy joven. Me da cierta pena tacharla de mi lista mental solo por eso, pero cuando hablo con ella tengo la sensación de estar explicándole a mi hija lo complicada que es la vida para una madre de mediana edad. Desisto. Ya se enterará ella cuando le llegue el turno. Y los embarazos. Y la menopausia. Bueno, de eso ya hablaremos. La información es gratuita. Gracias bonita, luego te traigo unos Sugus.

Me meto en el local de la tienda/asesoría dietética/franquicia más próximo a mi oficina. Llamémosle X. Pienso que no hay que descartar ninguna opción, así que me pongo los guantes de goma y la mascarilla y me dispongo a oír sin dejarme convencer, solo por cumplir. De nuevo una nutricionista cuyos títulos no encuentro entre los cientos de productos expuestos que prometen convertir este cuerpo serrano en mojama. Creo que tengo hambre. 

La muchacha habla y habla, y saca y saca botellitas, comprimidos y mejunjes varios. Todos ellos tienen unas bonitas fotos de frutas y hierbas. Miro de soslayo la cantidad de pastillas que propone tomar, y ella, que no pierde detalle, me señala los envases como si fuera corta de vista. Me asegura de que la composición es totalmente natural, no tengo más que leer la por otro lado ilegible letra pequeña. Lo siento, señorita, se me han olvidado las gafas... en el bolso. Tengo la extraña sensación de que que me va a sacar unos vaqueros o una cremita para las arrugas en cualquier momento. ¿No la habré visto yo a ésta en otro sitio? Da lo mismo, como tampoco a ella le preocupa lo más mínimo conocerme, ni pesarme, ni medirme ni nada de nada, nos despedimos al rato tan amigas, hasta que nos volvamos a encontrar algún día, en algún otro comercio.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Es complicado... o el vocabulario que olvidamos usar

Cuando me planteo lo que debo hacer a continuación, me doy cuenta de que estoy dándome excusas desde hace años para no tomar decisiones que me resultan incómodas. Me digo a mí misma "¡Es complicado!" y espero a que la situación se solucione poco a poco, espontáneamente.

Yo soy Alicia Chuachenegger en... Procrastinator, la película de mi vida.

Estos días estoy revisado todos los libros de autoayuda que he ido acumulando a lo largo de varios años, y me he dado cuenta de dos cosas:

En primer lugar, ¡tengo que limpiar de una vez las estanterías!

En segundo, voy a dejar de escribir y coger el trapo ¡Ya mismo!

¡Oiga, que esto es muy serio!, porque, dicho sea de paso, y en tercer lugar, llevo meses sabiendo que tenía esta tarea pendiente, y he esperado contra toda lógica, a que el polvo desapareciera él solito.

Y si algo se aprende en los libros de autoayuda, ya sean para alcanzar el éxito empresarial o para superar una difícil situación familiar, o para mejorar en estrategias educativas..., no importa de su finalidad, es un hecho probado que el 95% de ellos recomienda vivamente agarrar al toro por los cuernos y ponerse a la faena cuanto antes. (El otro 5% son panfletos inútiles escritos por indolentes).

Lo digo en román paladino, que en finolis sonaría algo así como ser proactivo, una palabreja muy de moda entre los gurús motivacionales corporativos.

Proactividad. Me encanta decirlo. En las reuniones de trabajo, la empleo constantemente, convencida de que me da una imagen mucho más profesional. Tengo gran fe en ella. De hecho, deberían promocionarme por mi pequeña colección de palabras de moda.

Bla, bla, bla... ¡chica, deja de hablar y haz algo!

martes, 22 de noviembre de 2011

Citas sin amor y amor sin citas

Para un anglosajón, sobre todo si es americano, una cita es la forma de llegar al amor de manera organizada.

El sábado cogí el coche y me fui al centro. Había quedado con Juan y con Marc para tomar algo y de paso pedir consejo.

Mi flamante cuñado llama la atención allá donde va. Al contrario que nosotros, él es alto, fuerte, moreno y muy, muy distinguido. Y lo mejor de todo es que te hace sentir maravillosa. Me permito coquetear con él incluso en presencia de Juan y de mi santo. Los que no nos conocen me miran con cierto rencor, como pensando ¿qué hace esa gorda con semejante macizo?

Pero Marc solo piensa en mi hermano y en su carrera, y hasta donde yo sé, tiene éxito con ambos. Sus pacientes están loquitas por él. Incluso se le han insinuado en la consulta. A veces nos reímos con estos chascarrillos, y me encanta la complicidad que hay entre los tres.

Quedamos en una terraza. Antes de pedir unas cañas yo ya había sacado mis análisis. Ellos me conocen bien y saben que soy muy aprensiva. Yo también lo sé, sin embargo, a menudo me cuesta controlarme. En esta ocasión me había cuidado mucho de contarles mis penas en casa, o me hubiera dado el histérico de nuevo.

Me tranquiliza un poco ver que Marc mantiene media sonrisa mientras hablo. Cortesmente espera a que termine y luego me explica lo que significa cada punto del informe. Conclusión: mi cuerpo no funciona bien porque está sobrecargado; eso puede causar enfermedades graves, incluso muy graves, si no cambio mis costumbres y corrijo mi peso especialmente.

Juan asiente y calla. Me reconforta saber que tengo en quien confiar cuando estoy preocupada, y se lo agradezco mentalmente.

Dos cañas sin alcohol y seis tapas después, hemos repasado mis opciones bastante al detalle. ¡Ya tengo plan! O, por lo menos, un proyecto.

Y a eso me estoy dedicando desde entonces.

Por la mañana: trabajo e investigación. Marc me aconseja que visite a varios especialistas en tratamientos de pérdida de peso, que sean médicos (por mis posibles patologías), y que compare los métodos, controles y precios de cada uno. Hecho.

Por la tarde, concertación de citas (sin amor). Hecho.

Todavía queda mucho para acabar de peinar el terreno. Me advierten que separe el polvo de la paja, y me doy cuenta que hay una enorme variedad de profesionales y pseudoespecialistas en la materia.

Entretanto, he de pensar en el modo de conseguir que mi familia, la que yo he formado, me eche una mano, pero no al cuello. Objetivo fijado: Jim y los niños. Esperando orden para disparar...

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mi familia y otros animales (Parte II)

Si fuera de Madrid, diría que nací en una pequeña ciudad de provincias, y todos me entenderían. Aquí todos se conocen, y esto tiene sus ventajas, pero también ciertos incómodos inconvenientes. Por diferentes razones, tanto Juan como yo queríamos menos libertad vigilada, y más de la otra, así que buscamos el modo de irnos a ver mundo.

Para Juan, el mundo era la universidad, una profesión, y la capital representaba mayores oportunidades para poder hacer su vida sin oír los comentarios de los vecinos. Montó un bufete, se compró un dúplex en el centro y lo decoró con un médico apolíneo que es su pareja desde hace ya 11 años. Adoro a ambos.

Para mí, sin chicos en casa por segunda vez en la vida, los idiomas fueron el pasaporte a la independencia. Hubo comentarios de los vecinos, preguntándole a mi abuela con mucha mala idea qué necesidad tenía "la pequeña" de emigrar al extranjero, cuando en casa podía vivir muy bien.Y mi abuela respondiendo que "la pequeña" iba a estudiar, no a ganarse la vida. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Vivir lejos me sirvió para aprender muchas cosas, casi todas ellas ineficaces si quería pagar una hipoteca, y también para conocer a Jim. Mi marido es un americano del norte, criado entre Gran Bretaña y "el Continente" (el nuestro, claro), que se vino a España por amor.

Por amor a mí y al sueldo, porque su trabajo nos trajo de nuevo a casa, donde nacieron nuestros tres hijos, y aquí nos quedamos, al menos yo, por un tiempo.

Hasta ahí todo fue más o menos razonable con el peso.

Por lo que recuerdo, yo era una niña muy activa y de peso normal, y una adolescente más o menos regular. Por esos mundos de Dios empecé a comer mal, mucho fast-food y poco puchero, mucho picoteo y poco fundamento. Sin darme cuenta llegaron unos kilitos, a los que que se sumaron los de embarazos, crianzas y otras hierbas, convirtiéndome primero en gordita irredenta y luego en obesa patológica.

Lo que me lleva a pedir socorro a los que nunca me fallan, o séase,  mi hermano Juan y el genuino Doctor Macizo, a quien cariñosamente llamamos Marc.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Mi familia y otros animales (Parte I)

Para entender lo mío hay que entender a los míos. Allá voy:

Tengo una gran familia, compuesta principalmente por mujeres; los quiero a todos, pero paradójicamente, con quienes mejor me he entendido siempre eran los varones. 

Mi difunto padre era un especialista en confundirse con el paisaje, eclipsado por mi madre y por mis dos abuelas. Una de ellas era la madre de mi madre, y la otra, su melliza soltera. Eran como un águila bicéfala,   dirigiendo al clan con guante de seda y garra de hierro, según conviniera. 

Yo, que soy una niña criada ante la tele, cuando empezó la serie Starsky & Hutch, llegué al convencimiento de que la técnica de "poli bueno / poli malo" la habían inventado ellas, y que Hollywood se la había copiado. Me costaba creer que ni Mari ni Magda vieran una peseta por ello.

Mi madre, al contrario que la suya, tuvo cinco hijos; tres por ignorancia y dos por despiste, como dice ella. Era algo muy normal en los tiempos en los que las mujeres empezaban a procrear sin haber cumplido la mayoría de edad, y los anticonceptivos eran un pecado administrado en consulta médica a quienes tuvieran presupuesto para dispensas.

De los cinco, solo uno fue varón, el resto se quedaron en intentos. 

En nuestra casa había un sistema de gobierno con separación de poderes: Mamá era el legislativo, las abuelas el ejecutivo y mis hermanas, si las dejabas, constituían el judicial. Mi padre era el rey de la casa, -función puramente representativa-, y mi hermano Juan ejercía de heredero, adorado pero sin voz ni voto. Y yo, siendo como él bastante más joven que el resto, estaba en Tierra de Nadie.

Por fortuna para mí, Juan se sentía tan fuera de lugar como yo. Nos adoptamos mutuamente, y hasta hoy, hemos sido los chicos de la familia. Cada uno a su modo, hemos recorrido trayectorias algo peculiares para una familia convencional, -de las de toda la vida-, en un pueblo como éste.


lunes, 14 de noviembre de 2011

¡¡Necesito un plan!!

Sería esa hora bruja en el trabajo cuando falta poco para que se acabe la semana y uno está enfrascado en terminar lo más urgente y programar la semana siguiente, cuando me llaman de Recursos Humanos.

Para evitar que entre en shock, la secretaria de Personal me avisa de que es para que me vea el médico de empresa. Y entonces exhalo el aire que se había quedado atascado en mis sorprendidos pulmones

Pienso que será algo rutinario, relacionado con el reconocimiento médico también rutinario que nos han hecho, como todos los años, hace casi ya dos semanas. Sin embargo, mientras el ascensor me lleva a la planta donde anidan los que manejan los hilos del negocio me siento ligeramente escamada.

El doctor es amable y un viejo conocido. Me señala la silla de confidente (¡qué oportuno!) y se desploma en su poltrona. Ni me mira. A estas alturas, estoy preocupada, pero aún conservo algo de dignidad mientras intento saludar de un modo simpático y casual. 

Un sobre blanco atraviesa la mesa, y al abrirlo, se despliegan ante mis ojos todas las constelaciones del Hemisferio Norte. El zumbido de la voz del médico me aturde aún más. Yo ya soy aprensiva, pero distinguir las palabras OBESIDAD, RIESGO ATEROGÉNICO, PRE-DIABETES, HIPERTENSIÓN, así, en mayúsculas, dispara mis niveles de hipocondría hasta el paroxismo. 

Balbuceo excusas innecesarias, ya sé que tengo sobrepeso..., me encuentro bien..., algo de ansiedad... puede..., estrés..., el trabajo..., los hijos..., compulsiones???... Y finalmente monto el numerito echándome a llorar.

Ya es oficial: no soy simplemente una gorda, sino que soy una obesa, o sea, una mujer enferma. Y para eso no estoy preparada. Cuando vuelvo a calmarme, el hombre me intenta explicar qué significan todas esas palabras obscenas destacadas en mi informe, los asteriscos sobre los valores de la analítica, y sobre todo, trata de insuflar algo de sentido común en mi alocada cabeza.

Y al final lo logra. Poco a poco un rayito de luz atraviesa los nubarrones de mi ofuscación

Necesito Un Plan

No solo se trata de bajar peso para entrar en una 40. Para no ser gorda. Se trata ni más ni menos que de curarme de enfermedades que no sabía que tenía. Y armarme contra las que estaban a punto de atacarme. 

Para esto hace falta algo más que estar a dieta por mi cuenta, un día sí y dos no. 

  • Hay que ponerse en manos de un profesional. 
  • Hay que cambiar de estilo de vida.
  • Hay que hacer sacrificios (¿más?)
¿De verdad puedo con esto?

jueves, 10 de noviembre de 2011

¡Si esto, con darle un poco a la tecla...!

Eso era lo que yo me decía, que con tanta información sobre adelgazar, dietas y métodos como hay en internet, no podía ser para nada difícil dar con el que se ajustase a mi particular estilo de vida como anillo al dedo.

Me pongo a analizar mis hábitos para hacer la selección de un modo más científico:

Veamos, tengo unos gustos culinarios un tanto refinados, es decir, como de todo y en cantidades que eufemísticamente podríamos definir como "amplias". Por lo que la dieta del sirope de perejil mañana, tarde y noche durante 30 días no entra en mis esquemas.

Una gran deportista... hasta que me lesioné en 3º de BUP, allá por el Pleistoceno Anterior, y me dediqué a recuperarme viendo Retorno a Brideshead... Y me calcé todo lo que sobre literatura clásica inglesa ha producido la BBC desde entonces, pasando a los documentales de National Geografic durante la jornada intensiva cuando empecé a trabajar, y a la siesta con culebrón durante los reposos embarazosos (preñeces de alto riesgo).

Como saldo, tres niños bien criados (que diría mi abuela), la conservación del puesto de trabajo (que es la envidia del barrio, -la conservación, ojo, no el puesto-), una cultura enciclopédica y media tonelada de lorzas superpuestas. De mis músculos de antaño, sé que los tengo, porque me han hecho ecografías, pero de ahí a verlos, va un laaaaaaargo trecho.

Conclusión aplastante (¡y tanto!), solamente con ir de la cocina al baño quemo 1.000 calorías, y me pongo al borde del infarto. O sea, que la dieta de las 1.342 calorías y la hora de cardio quedan fuera de mi alcance a menos que Einstein me pliegue el espacio-tiempo en forma de pajarita.

Nota al margen: dejar de leer blogs de deportistas y empezar a imitarlos.

Sacar tiempo para hacerme menús elaboradamente sutiles, tras hacer la compra del súper en plan disociado, -esto para los niños, esto para mí, esto para su padre, esto para el perro, esto para mí- y cocinar consistente para una tropa adolescente: ciencia ficción. En este caso, Einstein también sería de gran utilidad. Resultado final, la dieta de "Madame, la cena está servida en el comedor de invierno" fuera de mi alcance, salvo que contrate a la sobrina de Argiñano para cocinarme lo de todos.

Y ya sabemos lo que dan de sí mil euros...

miércoles, 9 de noviembre de 2011

¡Qué gran verdad!

Es una verdad universalmente aceptada que toda mujer que ha parido en más de una ocasión acumulará en su cuerpo una cantidad nada desdeñable de kilos de grasa, preferentemente en abdomen, muslos y caderas, de los que difícilmente podrá desprenderse en años posteriores.

Y lo curioso es que parece que fue ayer cuando mi cintura podía ser rodeada por el cinturón que acabo de meter en la bolsa de ropa para dar. No ha llovido nada en 18 años... Me resistía a deshacerme de esa ropa. Llevaba años acariciando la idea de recuperar mis pantalones, mis piernas, mi cuerpo. Se los presté a alguien, creyendo que me los devolverían intactos, pero no, cuando miro lo que me han dejado, veo el cuerpo de la novia de Michelín, revestido con las cortinas del salón.

Y esa es otra gran verdad, que no solo estoy gorda, sino que tengo que vestir de gorda, porque como todos sabemos, a las gordas nos hacen ropa especial, para humillarnos: ¿habéis comido demasiado? ¡pues te he hecho una falda con el mantel de cretona floreada de la mesa camilla de mi bisabuela! No vayan a pensar que todo va a ser camuflarnos con modelitos negros de vuelos estratégicamente situados, no, también los hay que nos diseñan ropa para ancianitas acromegálicas extraordinariamente bien alimentadas.

Pero yo no soy así. Soy una luchadora. Soy la Rocky del sobrepeso. Me voy a entrenar y voy a noquear estos michelines, y al que me diga que es más fácil saltarme que rodearme lo machaco. Ya me veo ascendiendo la escalinata al ritmo de la musiquilla... Porque no todas las gordas somos gordas felices.

¡El lunes me pongo a dieta!

¡Uf! Después del subidón de moral, ahora solo tengo que averiguar cual de las mil o más que actualmente están de moda será la tabla de salvación a la que me asiré. Seguro que haciendo una pequeña investigación en el mundillo me aclaro... Pronto lo sabremos.

martes, 8 de noviembre de 2011

El pastel está en el horno... todavía.

Como casi todas las cosas en mi vida, este blog está en vías de desarrollo. 

Confío en salir a la luz pronto.