jueves, 17 de noviembre de 2011

Mi familia y otros animales (Parte I)

Para entender lo mío hay que entender a los míos. Allá voy:

Tengo una gran familia, compuesta principalmente por mujeres; los quiero a todos, pero paradójicamente, con quienes mejor me he entendido siempre eran los varones. 

Mi difunto padre era un especialista en confundirse con el paisaje, eclipsado por mi madre y por mis dos abuelas. Una de ellas era la madre de mi madre, y la otra, su melliza soltera. Eran como un águila bicéfala,   dirigiendo al clan con guante de seda y garra de hierro, según conviniera. 

Yo, que soy una niña criada ante la tele, cuando empezó la serie Starsky & Hutch, llegué al convencimiento de que la técnica de "poli bueno / poli malo" la habían inventado ellas, y que Hollywood se la había copiado. Me costaba creer que ni Mari ni Magda vieran una peseta por ello.

Mi madre, al contrario que la suya, tuvo cinco hijos; tres por ignorancia y dos por despiste, como dice ella. Era algo muy normal en los tiempos en los que las mujeres empezaban a procrear sin haber cumplido la mayoría de edad, y los anticonceptivos eran un pecado administrado en consulta médica a quienes tuvieran presupuesto para dispensas.

De los cinco, solo uno fue varón, el resto se quedaron en intentos. 

En nuestra casa había un sistema de gobierno con separación de poderes: Mamá era el legislativo, las abuelas el ejecutivo y mis hermanas, si las dejabas, constituían el judicial. Mi padre era el rey de la casa, -función puramente representativa-, y mi hermano Juan ejercía de heredero, adorado pero sin voz ni voto. Y yo, siendo como él bastante más joven que el resto, estaba en Tierra de Nadie.

Por fortuna para mí, Juan se sentía tan fuera de lugar como yo. Nos adoptamos mutuamente, y hasta hoy, hemos sido los chicos de la familia. Cada uno a su modo, hemos recorrido trayectorias algo peculiares para una familia convencional, -de las de toda la vida-, en un pueblo como éste.