jueves, 15 de diciembre de 2011

Orgullo y prejuicio

Me enfrasco en un interesante artículo cuorero sobre la flacidez glútea de las celebs solo para dejar de escanear al personal. !No quisiera yo salir de esa sala de espera con cinco dedos marcados en esta carita!

La señorita vestida de blanco que me llama sonríe condescendiente. Está acostumbrada a que nos cueste levantarnos del asiento. Me recibe otra señorita de blanco. Compruebo rencorosa que también esta está delgadita, a pesar de ser algo mayor. ¡Y encima me pregunta qué es los que me trae a su clínica! ¿Estará ciega esta chica? Tengo que dejar de odiarla o no me voy a poder concentrar. Me pregunta por mi salud, mi medicación, operaciones... no, no, estoy muy sana (de momento) pero sí que tengo un desmadre de análisis de sangre. Sonríe, la muy ladina. Después de haberme confesado con ella, estoy más relajada. Me explica que necesita saber si estoy en condiciones de hacer una dieta en particular, que me ayudará más rápido y con mejor calidad de vida que las otras... Algo brillante se balancea apetitoso ante mis ojos...

¿Dieta con calidad de vida? para una tripera profesional es un contrasentido. Utopía incluso. Y entonces me lo explica todo. Las cinco comidas, la proteína, los sobres (todo natural), las pastillas (¡todo natural!), las fases... ¡socorro! Creo que lo entiendo todo, pero suena algo técnico y no sé si sabría repetirlo.

El caso es que voy a adelgazar porque no le voy a dar a mi cuerpo más que 600 kcal. diarias al principio, y que por eso, mi propio organismo se va a "comer" los tocinillos de cielo que he ido acumulando por si había una guerra. ¡¡Y lo mejor de todo, -me dice, pero no me lo creo ni jarta de grifa-, es que no voy a sentir hambre!! Igualito que las anoréxicas, pero sin el transtorno mental. Pura bioquímica de 3er. curso.

Y al final, comer de todo, DE TODO, OIGA. Mantenimiento, bla bla bla. Ya me lo sé, todo el mundo habla del mantenimiento (a mí eso me suena a vivir eternamente a dieta, qué le vamos a hacer).

Me debato entre el escepticismo más absoluto y la ilusión de verme despojada de mis kilos (y mis colesteroles, etc.) en unos pocos meses. Noto como el anzuelo va atravesando mi garganta y se clava irremisiblemente en ella. Ya no hay vuelta atrás.

La parte mala es la pasta que me va a costar. Hay que acudir a consultas de control, comprar los productos, hacer ejercicio (eso de gratis, mira tú) y si quieres, hacerte unos tratamientos que a mí me recuerdan a los rodillos de amasar, todo para que cuando me mire al espejo dentro de unos meses no me arrepienta de haber adelgazado.

Eso de los meses lo tengo escrito a fuego en la memoria... yo me veía AÑOS metida en esto del no comer.

Hago un esfuerzo por no pedir inmediatamente una cita para iniciar el tratamiento ya mismo. Tengo que reposar la información, ponerla en perspectiva, hacer cálculos, contrastar opiniones...

Me falta tiempo para llamar a Jim y contárselo. Luego quedo con mi súper-cuñado para tomar un café, y mientras llega mi hermano  le hago un informe detallado de la reunión. Estoy tan ilusionada que me duele un poco que no estén dando volatines. Pero ellos me dicen que me lo tome con calma. No comprenden el extraño cóctel de esperanza y escepticismo que acabo de tomarme.

Pensaba que esta cita iba a ser una de tantas, que ya me sabía lo que me iban a decir, y me sorprendo pensando ¿y si todo esto funciona? ¿y si me puedo recuperar para siempre?

Ahora, de vuelta a la rutina de casa y trabajo, estoy ansiosa por recibir una llamada de Marc, que me ha prometido hacer unas averiguaciones sobre este sistema y me ha pedido que no me decida hasta que hable con quienes lo conocen.