viernes, 20 de enero de 2012

Las Bacanales

Dice mi cuñado Marc que las peores guardias del año son las de Navidades, que es cuando las urgencias se llenan de comas etílicos, peleas (familiares o no) y quemados. Y la causa de todas esas cosas es lo mucho que bebemos en Navidad.

Hace años, en esta comarca se comía un cardo o una coliflor, un capón cebado y una compota de frutas, y el que tenía un pariente en Alicante probaba los turrones.Las familias se levantaban de la mesa para ir a la misa del gallo y luego a cantar villancicos y a dormir. Los que podían tomaban una copita de champán, y el resto buena sidra casera.

Ahora son fiestas gastronómicas en que se gastan cifras astronómicas (horror de rima) en manjares y bebidas que no probaremos el resto del año, y cuyos precios se duplican precisamente en estas épocas.

¿Cómo íbamos nosotros a ser diferentes?

En los días señalados, tenemos la costumbre de reunirnos para ir "calentando motores" con lo que hemos dado en llamar un "aperitivo ilustrado", que puede comenzar a las dos de la tarde y nadie sabe cuándo puede acabar, a menudo justo antes de la cena. Como es natural, para cuando llega el verdadero banquete, las alcoholemias están bastante disparadas.

A la hora de sentarnos a la mesa, la anfitriona y sus ayudantes, (las hermanas, claro, nuestro Juan se queda fuera) ocupamos los puestos estratégicos más próximos a la cocina, para ir yendo y viniendo con bandejas, fuentes y platos variados. El resto se colocan en torno a dos polos totalmente divergentes: los varones alrededor del patriarca, y las mujeres alrededor de las abuelas. Esta regla tácita rige tanto para adultos como para no tan mayores, y los nietos -nuestros hijos-, en cuanto pueden abandonar la odiada "mesa de los niños" con el pasaporte de la adolescencia, ocupan junto a sus padres y tíos sus puestos de casi hombres y mujeres.

Es inevitable que cada año haya más jóvenes en torno a mis padres y abuelas, y que, animados por ellos, busquen situarse en lugares cada vez más próximos a la "autoridad competente" de cada sexo. Como también es inevitable que algunos se vayan quedando desplazados hacia el centro de la mesa, en tierra de nadie, pues coincide con la localización de quienes nos levantamos a servir, y de quienes parecen no servir para nada.

Y este hecho es el que genera, curiosamente, más roces en estos días: la colocación de los comensales. Este año, animado por la desinhibición alcohólica de un aperitivo opulento, uno de mis cuñados se pasó la comida de Nochevieja quejándose amargamente del supuesto agravio comparativo que estaba sufriendo en beneficio de un sobrino mequetrefe que había osado sentarse a la derecha del presidente de la reunión, -mi padre-, sin tener aún suficientemente tupida la barba. Al parecer, su ubicación le impedía tener acceso a las mejores viandas, las calientes le llegaban frías y las frías... acaso no le llegaban. El vino de su lado de la mesa no era tan bueno como el del otro lado, y por lo visto, lo mismo pasaba con la compañía. Todo esto iba siendo comentado de modo cada vez más descarado, mientras la sufrida esposa callaba, asentía y quizá secretamente también ¿aprobaba? Pero en ningún caso se oponía.

Cuando ya sus comentarios estaban siendo demasiado audibles e impertinentes para un invitado en cualquier convite, mi diplomático Jim, en connivencia con Juan y Marc, iniciaron un despliegue estratégico para neutralizar a nuestro ebrio cuñado, sin permitir que nadie en los extremos de la mesa se llegara a percatar de la situación.

Es una gran suerte estar rodeada de inadaptados. En muchos momentos salvan la paz familiar sin recibir el crédito que se merecen por ello.

Y todo sin dejar de ser unos bellos inadaptados. ¡Va por Ellos.!

jueves, 19 de enero de 2012

Sobrevivir a la Navidad

Estas vacaciones navideñas han sido muy moviditas.

Jim entró con aire triunfador en escena (en la cocina), donde una Alicia sudorosa preparaba la cena de Nochevieja arrepintiéndose, dicho sea de paso, como cada año en los últimos cinco, de haberse ofrecido a colaborar en los festejos familiares.

Una cosa es ejercer de ama de casa medianeja y otra competir con Doris Day  en el día de Acción de Gracias mientras trabajas diez horas diarias y en tus ratos libres disfrutas muy entre comillas del ocio de tu pareja, que casualmente, está de perfectas vacaciones, igual que los villanos de tus hijos, quienes se encuentran permanentemente en paradero desconocido, salvo para comer y pedir dinero.

Jim quiere que vayamos juntos a todas partes, y ha hecho planes pormenorizados para ir al cine, a cenar, a una exposición de un amigo suyo de cuando vivía aquí, con los niños de compras y con la familia a los tradicionales aperitivos pre-navideños. Todo ello encajado en mi horario libre como las piezas de un puzzle de psiquiátrico -o sea, a presión-. Pero no cuenta con que el 31 de diciembre, noche de San Silvestre, mi menda se ha comprometido a dar de cenar a 23 personas, entre padres, cuñados y hermanas, sobrinos, abuelas, hijos y marido. Y la cena en cuestión tiene que ser el Hito Culinario Del Año. Por la gloria de madre, que lo tiene que ser.

Me gusta cocinar, con ópera a ser posible, y con muuuucha calma. Soy una auténtica artesana de la cocina, y lo disfruto..., salvo cuando cocino bajo presión. Es decir, yo de hostelera, ni de broma. Considero que es un gremio loable que tiene ganado el Cielo, por lo mucho que trabajan y por los horarios en que lo hacen. Yo, que por culpa de los míos tengo bastante con sobrevivir día a día a las compras cuando están cerrando, a no tener en casa más que congelados y conservas, a tener la olla a presión en el pluriempleo... he de echar mano de todos mis recursos organizativos para ir cocinando con tiempo los diversos platos fríos y calientes, encargando lo de última hora y previendo alternativas cuando en el mercado desaparecen esos productos que habías pensado utilizar. El mes de diciembre es para mí como el mes anterior al examen de oposición de un candidato a notario... que se ha presentado varios años seguidos.

Y como era de esperar, la tenemos. La discusión, quiero decir. ¿Por qué los hombres no entienden que todo eso que se pone en la mesa y que tanto les gusta lo hemos tenido que preparar antes en algún momento de nuestra ajetreada jornada? Sin embargo, él es muy cocinillas, y de vez en cuando prepara unos platos estupendos, por lo que que si yo no hubiera estado tan susceptible desde el principio, quizá hubiera conseguido convencerlo de que me ayude un poco o un mucho, sin tanto desmelene.

De modo que finalmente yo sofocada y él flemático, le damos un giro al problema y llegamos a un acuerdo de cooperación. La paz se rubrica a continuación con un besito y una copa de vino blanco.

Lo cual me lleva al otro asunto navideño: bebemos. Y bebemos alcohol. Y encima mucho.