jueves, 19 de enero de 2012

Sobrevivir a la Navidad

Estas vacaciones navideñas han sido muy moviditas.

Jim entró con aire triunfador en escena (en la cocina), donde una Alicia sudorosa preparaba la cena de Nochevieja arrepintiéndose, dicho sea de paso, como cada año en los últimos cinco, de haberse ofrecido a colaborar en los festejos familiares.

Una cosa es ejercer de ama de casa medianeja y otra competir con Doris Day  en el día de Acción de Gracias mientras trabajas diez horas diarias y en tus ratos libres disfrutas muy entre comillas del ocio de tu pareja, que casualmente, está de perfectas vacaciones, igual que los villanos de tus hijos, quienes se encuentran permanentemente en paradero desconocido, salvo para comer y pedir dinero.

Jim quiere que vayamos juntos a todas partes, y ha hecho planes pormenorizados para ir al cine, a cenar, a una exposición de un amigo suyo de cuando vivía aquí, con los niños de compras y con la familia a los tradicionales aperitivos pre-navideños. Todo ello encajado en mi horario libre como las piezas de un puzzle de psiquiátrico -o sea, a presión-. Pero no cuenta con que el 31 de diciembre, noche de San Silvestre, mi menda se ha comprometido a dar de cenar a 23 personas, entre padres, cuñados y hermanas, sobrinos, abuelas, hijos y marido. Y la cena en cuestión tiene que ser el Hito Culinario Del Año. Por la gloria de madre, que lo tiene que ser.

Me gusta cocinar, con ópera a ser posible, y con muuuucha calma. Soy una auténtica artesana de la cocina, y lo disfruto..., salvo cuando cocino bajo presión. Es decir, yo de hostelera, ni de broma. Considero que es un gremio loable que tiene ganado el Cielo, por lo mucho que trabajan y por los horarios en que lo hacen. Yo, que por culpa de los míos tengo bastante con sobrevivir día a día a las compras cuando están cerrando, a no tener en casa más que congelados y conservas, a tener la olla a presión en el pluriempleo... he de echar mano de todos mis recursos organizativos para ir cocinando con tiempo los diversos platos fríos y calientes, encargando lo de última hora y previendo alternativas cuando en el mercado desaparecen esos productos que habías pensado utilizar. El mes de diciembre es para mí como el mes anterior al examen de oposición de un candidato a notario... que se ha presentado varios años seguidos.

Y como era de esperar, la tenemos. La discusión, quiero decir. ¿Por qué los hombres no entienden que todo eso que se pone en la mesa y que tanto les gusta lo hemos tenido que preparar antes en algún momento de nuestra ajetreada jornada? Sin embargo, él es muy cocinillas, y de vez en cuando prepara unos platos estupendos, por lo que que si yo no hubiera estado tan susceptible desde el principio, quizá hubiera conseguido convencerlo de que me ayude un poco o un mucho, sin tanto desmelene.

De modo que finalmente yo sofocada y él flemático, le damos un giro al problema y llegamos a un acuerdo de cooperación. La paz se rubrica a continuación con un besito y una copa de vino blanco.

Lo cual me lleva al otro asunto navideño: bebemos. Y bebemos alcohol. Y encima mucho.